Dificultades al escribir

  • Escribir un cuento y conseguir no meter un nombre de alguien que conozcas.
  • Si lo metes, convencer a esa persona de que no habla de ella. Especialmente si no sabes mentir.
  • Convencer a los que te conocen de que precisamente ese texto no es autobiográfico.
  • Convencer a los que no que ese otro sí lo es.
  • Olvidarte el personaje en casa cuando sales.
  • Volver a encontrarle en el cajón cuando regresas.
  • No poder usar la excusa de «se acabo la tinta» para salir a comprar en la era de Internet.

Los pequeños descubrimientos que le escapan a la ciencia

El portal dimensional más pequeño del mundo está en una esquina de mi cuarto. Mide un par de milímetros. Es frustrante.

El otro día escuché un discurso de Hitler por el agujerito. No sé si es un portal dimensional o temporal. Como sea dimensional, jodimos.

Me vino un recuerdo de la infancia. Cogí un alambre y lo metí por el agujero. Luego fui a la vieja caja de zapatos: allí estaba el alambre.

Luego descubrí que la caja de zapatos tenía otro agujero en la esquina: ¡mi casa estaba llena de goteras interdimensionales!

Me empecé a angustiar: ¿dónde habría más agujeros? ¿Vendría la plaga de hormigas de uno de ellos? ¿Crecerían esas hormigas?

Y sí, cuando alquilé el piso me avisaron de que tenía un problema de goteras, pero no imagine que fuera de este tipo. Con razón el precio.

¿Y los agujeros crecían? Nah, hubieran engullido… Un momento… ¿Y sí el universo era como un calcetín vuelto del revés?

Por precaución, decidí tapar todos los agujeros. Sí, bueno, un desperdicio para la ciencia pero paz de espíritu para mí.

El cocido

De vez en cuando, con mi yo de la realidad paralela 3551 intercambiamos puestos. En su mundo, él es un famoso cantante que vive una vida acelerada llena de lujos, promiscuidad y drogas, pero le gusta de vez en cuando refugiarse en mi monótona vida para escribir sus canciones en la tranquilidad de mi hogar, oliendo el aroma del cocido que viene de la cocina (es que mi señora lo prepara muy bien). Mientras, yo me despendolo con las fans más putas y con las sustancias más alucinógenas.

Yo creía que aquello me salía muy barato, pero tras el empacho de tetas me he dado cuenta de que lo que es caro es el cocido.

El viaje del héroe

«Nuestro mundo ha sido destruido» decían las palabras sobreimpresas a los ojos de una muchacha extremadamente pálida.

«Te lo ruego»

Tan sólo era un banner de una página web.

«Ayúdanos»

Menuda tontería.

Sin embargo, la mirada de aquellos ojos era tan intensa… Y las frases que aparecían sobre ella resonaban en su cabeza como si alguien fuera de él las estuviera pronunciando.

Sin duda, era una completa tontería.

Aunque, a veces, lo que parece una tontería tiene más sentido de lo que le atribuiríamos en un principio. Y la realidad, en algunos puntos, es muy inestable. Apenas del grosor de una hoja de papel.

Entonces, hizo clic en el banner.

Supongo que ahora debería ir una épica historia con viajes transdimensionales, aprendizajes acelerados y tremendos combates, concluyendo con una lucha final a muerte con un tipo muy, pero que muy malo.

En lugar de eso, hay una historia más normal que involucra cuentas de correo, contraseñas perdidas, spam por toneladas y un disco duro que pasó a mejor vida.

Y eso, la verdad, no vale la pena contarlo.

Moscas de dudosa inteligencia

En mi casa existía una regla: no matábamos moscas. Las pobres eran bastante tontas y estaban lo suficientemente mal de lo suyo como para empeorarlo haciendo el trabajo que ya hacen ellas mismas. Vamos, que son suicidas.

Por si acaso, hablo de esas moscas chiquititas, a medio camino entre las repugnantes que sobrevuelan en nubes la basura y esos moscardones horribles que zumban incansablemente y que cada vez que se posan hacen un ruido equivalente y proporcional a un jumbo al que de pronto le cerrasen los trenes de aterrizaje sin haber llegado a despegar. En latín macarronico podríamos denominarlas algo así como «moscus domesticus».

Volviendo a la situación, lo cierto es que su comportamiento era, de tan errático, curioso. Estabas tan tranquilo fumando un cigarrillo cuando ¡paf! apagabas la colilla sobre una que no había tenido mejor cosa que irse a estrellar en el cenicero. O ves a otra que de pronto se golpeaba tan fuerte contra la pared que caía al suelo y deambulaba por él como si hubiera olvidado como se usaban las alas.

Pero un día cometí un error: mate a una. Fue una equivocación, lo juro: creía que era algún otro tipo de insecto repugnante que andaba trepándose por la pared, no una mosca ensayando con éxito el aterrizaje vertical (cosa, por otra parte, bastante rara en mi hogar).

Desde entonces, las cosas han cambiado. Aún soñando con la esperanza de regresar al tácito pacto de no agresión anterior, me rehúso a matarlas. Pero la situación ya se está volviendo insostenible. No es que hayan mejorado su inteligencia, ni mucho menos: siguen tan estúpidas como antes. La diferencia es que ahora, además de suicidas, son kamikazes.

Y resulta taaan molesto…